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Fragmento de entrevista

Alfredo López Austin nació el 12 de marzo de 1936 en Ciudad Juárez, Chihuahua. Se dedicó con pasión a la historia y el pensamiento mesoamericano, especialmente la cosmovisión, la religión, el mito, la magia y la iconografía de los pueblos de México.

 

-Maestro ¿Cómo fue su acercamiento con la historia cuando era niño?

“Mi inclinación por la historia responde a un gusto, totalmente a un gusto, más que a un interés de carácter intelectual en su origen. En mi infancia no me destaqué por mi afición a la escuela, pese a que mis calificaciones eran buenas: fui de esos niños que echan a volar la imaginación lejos del aula. La rigidez de la escuela primaria se oponía a la libertad de la que yo gozaba en mi hogar y aquel contraste me resultaba conflictivo.

De todos modos, me apasionaron las enseñanzas de la historia en la escuela primaria, en especial la historia de las religiones de los pueblos de la antigüedad. Buscaba los relatos míticos en las páginas de los textos infantiles de la biblioteca escolar; repasaba narraciones e imágenes hasta memorizarlas... fue mi encuentro con la religión. En mi hogar no fui educado dentro de ningún credo, pero el politeísmo me atrajo desde niño, como un cumplido admirador externo de las obras religiosas del hombre. Aquellas lecciones y lecturas, unidas a las de las obras de Emilio Salgari, de Julio Verne e, incluso, de Edmundo de Amicis, contribuyeron a mis fantasías infantiles. A todo aquello se unió un ingrediente muy importante: junto a la historia de las aulas y de las novelas me encontré con una viva historia oral.

Recuerdo muy bien a Don Tacho, un viejo ¡muy viejo! que llegaba todos los días a la casa de mis padres a hacer algunas tareas no muy pesadas. Anastasio Hidalgo creo que se llamaba, y en la imagen que guarda mi memoria aparece un hombre sabio, delgado, con una larga barba blanca... Don Tacho nos narraba historias; nos contaba que había conocido y tratado a Victorio, un guerrero chiricahua que cayó en combate contra las fuerzas del gobierno. Nos decía que Victorio había tenido muchas mujeres, una de ellas era muy grande y muy fuerte, bermeja... sus relatos inflamaban mi imaginación. Muchos años después, adolescente, cuando recorría mi barrio, pensaba que era injusto que no hubiese una calle que llevara el nombre del héroe indígena, ni el de Gerónimo, ni el de Juh, ni el de Mangas Coloradas..., mientras que sí existía cerca de mi casa una calle con el nombre de quien había herido de muerte a Victorio: el soldado tarahumara Mauricio Corredor.

Otras experiencias fueron también importantes. De niño viajé mucho con mi familia: vivíamos en Ciudad Juárez y recorríamos las ciudades fronterizas. Íbamos con frecuencia a Piedras Negras por motivos familiares; también a Chihuahua, a Guadalajara y veníamos a la Ciudad de México. Eran viajes largos, tres días en ferrocarril, pero los pesados trayectos se compensaban con la visita del niño provinciano a los museos. Recuerdo, por ejemplo, el impacto tan grande que me causó en una de aquellas visitas encontrarme frente al océlotl-cuauhxi-calli. La terrible cara del felino quedó grabada en mi mente.

Las posteriores visitas al Museo de Antropología, ubicado entonces en la calle de Moneda, impulsaron nuevas lecturas. Ya en la secundaria leí a Francisco Javier Clavijero y a Alfredo Chavero, que eran los libros que tenía a mi disposición; luego, en preparatoria, pedí a México el libro de Ángel María Garibay: La historia de la literatura náhuatl. Sin embargo, nunca pensé que mis aficiones por el estudio del mundo indígena y las religiones serían mi oficio en la vida adulta. Cuando acabé la escuela preparatoria y tuve que escoger una carrera, decidí dedicarme a la filosofía o a la escultura. Pero vivía en provincia y en casa ninguna de estas dos opciones fue bien recibida. Se me dijo que tenía que estudiar una carrera “en serio”. Las alternativas que se me presentaron eran demasiado cerradas y, por eliminación, llegué al derecho... ¡así que ésta es mi vocación por la abogacía! nunca me gustó realmente el estudio del derecho, aunque envidiaba a mis compañeros de la facultad que estudiaban con verdadera pasión y que así ejercieron o ejercen el oficio. Estudié derecho en la Ciudad de México, en esta Universidad Nacional. Mientras hacía la carrera, aprovechaba para asistir a cursos en la Facultad de Filosofía: aprendí náhuatl, tomé clases de cultura prehispánica, de historia de Roma... en fin, entré a las clases que me parecían interesantes, sin ningún orden. Pero al terminar los estudios de derecho volví a Ciudad Juárez, a trabajar como abogado. Ejercí la profesión durante tres años. Profesionalmente me iba bien, pero un día se me presentó la oportunidad de hacer algo que verdaderamente me entusiasmaba. Recibí una invitación de un profesor de historia a cuyo curso había asistido durante varios años, Miguel León-Portilla. Me pedía que me viniera a trabajar a la Ciudad de México.

Era toda una aventura, pero sin duda una buena oportunidad para iniciar algo nuevo. Consulté con mi esposa; pensé que me diría que estaba loco —porque vivíamos cerca de nuestras familias y amigos, nos iba bien y teníamos de todo—, pero Martha dijo: “si es lo que te satisface, vámonos”. Jamás nos hemos arrepentido. Al llegar a la Ciudad de México tuve que tomar dos empleos para que nos alcanzara el dinero…”

Conoce la entrevista completa en:
Fuente: https://revistas.inah.gob.mx/index.php/historias/article/view/12916/14025

 

Parece que al apasionado historiador Alfredo López Austin le encantaban los tlacuaches. Estos animalitos pertenecientes a la familia de los marsupiales que pueden llevar a sus crías colgadas y que son en verdad muy simpáticos. En nuestro país viven dos especies distintas: Didelphis marsupialis, de la zona sur de México y Didelphis virginiana, que habita el resto del país y las partes altas de las zonas del sur.

Este animalito es de ayuda para los ecosistemas porque controla plagas, además es el personaje de muchos mitos de México y que, ante cualquier problema, puede salirse con la suya haciéndose el muerto. En la mayor parte de estos mitos el tlacuache usa su cola prensil para robar algo de gran importancia con mucha astucia: el fuego.
 
Conoce uno de estos grandes mitos


El tlacuache y el fuego" Una historia que ha acompañado infinidad de noches frente al fogón.

Pablo Eduardo Franco Romero

Ilustraciones de Cecilia Gabriela Espinosa González

Hace mucho tiempo, en un antiguo pueblo, un pequeño animalito era conocido por todas las personas de la localidad por su actitud temperamental. Se trataba de Tlacuatzin, de pelaje oscuro, rostro pálido, ojos redondos, orejas puntiagudas y cola frondosa, un tlacuache que disfrutaba hacer cosas por las que no debería sentirse orgulloso. Robaba comida, era grosero y perezoso. Y, además, se encontraba completamente enamorado del pulque. Se la pasaba en casa de Atzin, un joven muy valiente y de su hermana menor, Mixtli, una dulce niña. Ambos hijos de Iztli, su padre, y Yali, su madre. Nadie confiaba en el pequeño marsupial, pero los niños sentían curiosidad e incluso afinidad por él.

Un día, el invierno llegó y el sol se fue. Pero no solo el astro desapareció, sino que todo el fuego le siguió también. El pueblo y el mundo entero se vieron sumergidos en la penumbra, rodeados de sombras y un frío infernal. Mucha gente no resistió, y Mixtli se enfermó. Tlacuatzin se había reunido con el jaguar, el coyote y el armadillo para discutir la situación, cuando un rayo impactó en el bosque, creando una llamarada concentrada que no logró extenderse. Los pobladores se acercaron, y, cuando Atzin estaba a punto de tomar un poco de fuego con una rama seca, numerosos gigantes descendieron de la montaña, atacando a las personas y resguardando el fuego para ellos mismos.

Iztli y Yali resultaron heridos seguido de esto, y había que encontrar una manera de recuperar las llamas de los monstruos que las conservaban egoístamente. Los animales hicieron un plan, Atzin también. Pero el destino del fuego aún estaba por verse pues, a veces, un héroe puede llegar a ser quien menos esperamos. 

Descarga el libro El tlacuache y el fuego en formato PDF

https://www.gob.mx/cms/uploads/attachment/file/822016/Libro-El-tlacuache-y-el-fuego-INPI.pdf


“Había una vez una niña que era una sorprendente pintora. Se llamaba Artemisia y era una muchacha hermosa y fuerte. Su padre, Orazio, también era pintor, y desde muy pequeña la educó en su estudio.

A los diecisiete años, Artemisia ya había pintado varias obras maestras. Sin embargo, la gente dudaba de ella. «¿Cómo puede pintar de esa manera?», cuchicheaban entre sí. En esos tiempos, muy pocas mujeres podían entrar a los estudios de los artistas famosos. Un día, Orazio le pidió a un amigo suyo, el famoso pintor Agostino Tassi, que le enseñara a Artemisia sobre perspectiva y cómo crear espacios tridimensionales en una superficie plana. Agostino quería que su discípula fuera también su amante. —Prometo casarme contigo —le decía, pero Artemisia siempre le contestaba que no. Las cosas se complicaron tanto que Artemisia terminó por decirle a su padre lo que estaba pasando.

Orazio le creyó a su hija y, aunque Agostino era un hombre poderoso y un enemigo peligroso, lo llevó a juicio…”

Conoce completa la historia de la primera pintora que entró a la academia de Bellas Artes, el mismo lugar en donde estudió Miguel Ángel, da clic aquí…

Y si quieres conocer alguna de sus pinturas, visita el museo Soumaya.



 

Poema

Día de la primavera

Gabriela  Mistral

Doña Primavera
viste que es primor,
viste en limonero
y en naranjo en flor.

Lleva por sandalias
unas anchas hojas,
y por caravanas
unas fucsias rojas.

Salid a encontrarla
por esos caminos.
¡Va loca de soles
y loca de trinos!

Doña Primavera
de aliento fecundo,
se ríe de todas
las penas del mundo...

No cree al que le hable
de las vidas ruines.
¿Cómo va a toparlas
entre los jazmines?

¿Cómo va a encontrarlas
junto de las fuentes
de espejos dorados
y cantos ardientes?

De la tierra enferma
en las pardas grietas,
enciende rosales
de rojas piruetas.

Pone sus encajes,
prende sus verduras,
en la piedra triste
de las sepulturas...

Doña Primavera
de manos gloriosas,
haz que por la vida
derramemos rosas:

Rosas de alegría,
rosas de perdón,
rosas de cariño,
y de exultación.

Fuente:
http://educacion.sanjuan.edu.ar/mesj/LinkClick.aspx?fileticket=RQ-a3Kldd5Y%3D&tabid=677&mid=1740

 

“Elena vive en la Ciudad de México. Le encanta venir a Morelos para visitar a su abuelo, conocer nuevas especies de árboles y nadar en los balnearios. Su abuelo es el único que nunca se mete a la alberca. Elena está convencida de que no sabe nadar. Pero un acontecimiento la va a llevar a descubrir los verdaderos motivos de su abuelo.”

Conoce este bello audio libro, da clic aquí.

https://cemca.org.mx/elenayelagua/#book

 

 

La Luna

Jaime Sabines

La luna se puede tomar a cucharadas
o como una cápsula cada dos horas.
Es buena como hipnótico y sedante
y también alivia
a los que se han intoxicado de filosofía.
Un pedazo de luna en el bolsillo
es mejor amuleto que la pata de conejo:
sirve para encontrar a quien se ama,
para ser rico sin que lo sepa nadie
y para alejar a los médicos y las clínicas.
Se puede dar de postre a los niños
cuando no se han dormido,
y unas gotas de luna en los ojos de los ancianos
ayudan a bien morir.
Pon una hoja tierna de la luna
debajo de tu almohada
y mirarás lo que quieras ver.
Lleva siempre un frasquito del aire de la luna
para cuando te ahogues,
y dale la llave de la luna
a los presos y a los desencantados.
Para los condenados a muerte
y para los condenados a vida
no hay mejor estimulante que la luna
en dosis precisas y controladas.

Fuente: https://www.gaceta.unam.mx/un-poema-para-disfrutar-la-luna-de-nieve/

Por el Día Internacional de la Eliminación de la Discriminación Racial

“Nadie nace odiando a otra persona por el color de su piel, o su origen, o su religión”. Nelson Mandela

Poema
Fragmento de La herida en la lengua
Chantal Maillard

“Recluido en un torreón a las orillas del río Neckar, en los últimos años de su vida Hölderlin, según se cuenta, a cualquier pregunta que se le hiciese, contestaba invariablemente "pallaksch, pallaksch", una expresión con la que se remeda el balbuceo de los niños pequeños. Celan alude a ello en el poema "Tubinga. Enero": Si viniera, / si viniera un hombre, / si viniera un hombre al mundo, hoy, con / la barba de luz de / los patriarcas: / debería, / si hablara de este / tiempo, / debería / solo / balbucir y balbucir, / siempre-, siempre- / asíasí / ("Pallarksch, Pallaksch"). Era un mes de enero cuando los altos mandos de la SS se reunieron en Tubinga para decretar el exterminio del pueblo judío.

Hay épocas, en efecto, en que la boca de un sabio no podría sino balbucir.
Pero “¿La historia de la humanidad no es acaso toda entera, desde sus inicios, la historia de un crimen? Las naciones europeas no cesan de recodarse mutuamente el holocausto judío, pero ¿fue éste el único? ¿En qué ciudad se decretó el genocidio de Namibia (1904-1908)? ¿En qué mes el de Armenia (1915-1923), el de Ucrania (1929), el de España (1936-1975), el de la Franja de Gaza? ¿Lo recordamos?

Tan sólo en los últimos sesenta años, con implicación directa o indirecta de los gobiernos de Occidente, fueron masacrados

siete millones de vietnamitas
dos millones de camboyanos
dos millones de kurdos
quinientos mil serbios
un millón doscientos mil argelinos
setenta mil haitianos
ochocientos mil tutsis y hutus
doscientos mil guatemaltecos
trescientos mil libaneses
un número aún creciente de palestinos

¿los recordamos?

Y aunque así fuese, ¿nos sentiríamos concernidos? Cuanto más alta sea la cifra más espectacular será el suceso y, por lo tanto, menos habrá de implicarnos: el dolor siempre acude en singular. Sumamos y redondeamos como para ajustar la tasa de sufrimiento. ¿Puede acaso sumarse el sufrimiento? ¿Será más el dolor de todo un pueblo que el de cada uno de sus miembros? ¿Cómo sufre "un pueblo"? ¿Existe el pueblo o la Nación independiente de su gente? Y

cada uno de los seres que padecen ¿no serán siempre el mismo, una y otra vez, infinitamente?”

Fuente: https://issuu.com/artssantamonica/docs/chantal#google_vignette

 

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